Bienvenidos al Lugar Donde la Ficción se Confunde con la Realidad

En busca del miedo

Ésta era la historia de un joven llamado Juan el cual no conocía el miedo y, como todas las personas de su ciudad lo conocían y, él, ni siquiera sabía lo que era, fue a buscar la respuesta de ese gran enigma.

Anduvo durante mucho tiempo, atravesando campos y bosques, hasta que encontró una pequeña casa donde vivían dos ancianos muy agradables que le invitaron a pasar. Cuando sirvieron la cena, Juan, vio dos calaveras, una contenía comida y la otra, agua. Al ver que los ancianos usaban parte de la anatomía humana a modo de cuenco, no le dio importancia, cenó tan tranquilo y, al terminar, les pregunto:

─ ¿Ustedes conocen que es el miedo? Porque yo, no lo sé.

Al día siguiente, después de despedirse de los ancianos, continuó con la búsqueda. Tras varias horas de viaje llegó a una mansión en ruinas, con paredes agrietadas, los cristales de las ventanas completamente rotos, las cortinas desgarradas y una puerta abierta de par en par como si la misma mansión quisiera tentarte a entrar para descubrir los innumerables misterios que se escondían en su interior. Sin pensárselo siquiera, Juan, entró dentro y, a medida que veía aquella enorme casa, estaba más convencido de que debía pasar la noche allí. Preparó algo de cenar con la comida que aquellos amables ancianos le habían guardado en la cartera. Tras escuchar el silbar del viento al pasar por las grietas de paredes y ventanas, al oír el crujir del suelo precedido por unos inexplicables pasos acompañados de unos murmullos que aparecían de la nada, cenó tan tranquilo incluso al ver que delante de sus propios ojos aparecía un mayordomo muy elegante, con un gran hueco en el cráneo que mostraba el cerebro de aquel hombre mientras le chorreaba la sangre por todo el rostro. Al cabo de un tiempo, detrás de aquel mayordomo aparecieron unos jardineros armados con grandes tenazas, cocineros vestidos de un color blanco tapado por toda la sangre que goteaba sin pausa alguna por su cuerpo mientras agarraban unas cacerolas y, más tarde, llegaron unos hombres muy corpulentos vestidos de negro, dispuestos a defender esa antigua mansión aunque se jugasen aquello que más querían. De repente, sin previo aviso, se tiraron contra Juan que, hábilmente, fue capaz de despistarlos, aunque en realidad él no supiera porque huía. Más tarde logró escapar por la puerta trasera de aquella mansión la cual comunicaba directamente con el jardín por un largo camino de guijarros. Después de haber atravesado aquel jardín repleto de flores marchitas y árboles caídos señalando la dirección donde se situaba la salida del recinto de la mansión, después de pasar al lado de unos bustos que le seguían con la mirada y unas estatuas que lo señalaban con sus largas lanzas, se giró para contemplar aquello que dejaba atrás y no lograba comprender y, al fijarse en la puerta por la que había logrado huir vio a todos aquellos que tanto deseaban matarle mirándolo desde lejos como si no pudieran salir de aquel lugar porque los vinculaba de alguna manera con una vida que ya habían perdido.

Después de haber vivido esa situación sólo había logrado ponerse en peligro sin conseguir saber qué era el miedo. Sin haber encontrado un lugar donde dormir no pudo descansar y caminó toda la noche hasta llegar a su casa. Se echó en su cama y durmió durante horas y, al despertar, un sirviente del dueño de la gran mansión situada al norte de su ciudad le pidió que le acompañara. Al llegar, el gran magnate de petróleo, le pidió a Juan que rescatara a su hija de un vil secuestrador y que estaba dispuesto a ofrecerle una gran recompensa a cambio. Entonces, el joven, se puso en camino, abatió al criminal y rescató a la joven. El adinerado hombre en agradecimiento por su trabajo, le dio a Juan parte de su fortuna, a su hija y un hogar en el que siempre seria bienvenido.

Después de unos años casado, dejó de preocuparse por encontrar el miedo, pero, un día, su esposa compró una pareja de canarios y, cuando uno de éstos se colocó encima de la cabeza de Juan mientras dormía, éste, se asustó tanto que intentó huir por la ventana donde encontró la muerte al poco tiempo de haber descubierto su gran enigma: qué es el miedo y así fue como Juan murió en aquel claro y soleado día después de haber perdido una vida que ya jamás recuperaría.

Aquel pequeño y jamás recordado pueblo

Podría contaros la historia de mi vida, pero, en este preciso instante sólo puedo pensar en esos sucesos… Para muchos sólo será eso, una simple y aburrida historia que escuchar, para otros, una historia difícil de olvidar.

En el preciso momento del anochecer, cuando la luna dejaba caer sus brillantes lágrimas en el oscuro cielo por la sangrienta muerte del sol, se veía pasar una enorme sombra por las estrechas calles de mi pequeño y lejano pueblo. Cuando esa sombra se aproximaba, se podía ver una figura cada vez más y más pequeña y, al cabo de un tiempo, se veía que de los pies de aquella sombra aparecía un hombre corpulento, con una cara que; por razones inexplicables, transmitía paz. Iba vestido con una ropa tan elegante que parecía o bien que se pasaba el día acudiendo a bodas, o bien asistía a más de un funeral. Tras la llegada del hombre misterioso, sin saber por que, las personas de nuestro pueblo iban muriendo progresivamente; y, como en todas partes, circulan rumores: hay quien culpa a los muertos por ser demasiado descuidados, puesto que, en todos los casos, era, o no, una muerte accidental. A pesar de las coincidencias con la llegada del misterioso hombre, ni en el más remoto de los casos se le llego a nombrar asesino; esto se debe a que la gente del pueblo lo veía con muy buenos ojos. Todos creían que era un hombre elegante, formal, educado, y sobretodo, muy agradable, exceptuando el pequeño detalle de que se dedicaba a matar gente a modo de pasatiempo.

— Supongo que… no tengo más remedio que contártelo… —me dijo el hombre misterioso sonriendo, como si todos esos crímenes tuvieran como propósito llegar hasta aquí— cuando sólo era un crío vi morir a mucha gente, entre ellos mis seres queridos. Después de eso me vi inmerso en un mar de dudas, y entonces pensé: “si ellos no respetan la vida de los míos, ¿porqué iba yo a respetar la de los demás?”.

— Claro… y, no hay mejor lugar para matar que un remoto pueblo sin medios de transporte para poder escapar, un pueblo con apenas setenta habitantes, un pueblo que no aparece ni en los mapas… Y dime, ¿qué haces para matar? —le dije con voz segura intentando disimular el miedo que sentía al verlo tan cerca de mi.

— Muy bien, te lo contaré todo. El primer paso era escoger a alguien al azar y matarlo, luego visitar a sus familiares, consolarlos, hacerles creer que podían confiar en alguien después de la gran perdida y, seguidamente, aprovechar para matarlos cuando eran más vulnerables. Lo demás resulto sumamente sencillo, cuantas más personas fallecían más gente desconsolada había a la espera de que yo los matara. Pero hace tres días una joven huérfana de unos diecinueve años me complicó las cosas, ella no se dejo engañar y en un descuido mío cogió el teléfono, te llamó para que desaparecieras, para que no pudiera encontrarte y, así, pudieras avisar a las tres familias que por ese entonces seguían con vida.
Eso me provoco un intenso escalofrío, al fin comprendí por que me veía yo en esa situación, en estos momentos, él y yo, somos las únicas personas que quedamos en el pueblo…

— Lo siento pero hasta aquí tu último deseo, ya te he contado mi historia… ya ves que la realidad siempre supera la ficción, puesto que, no todas las historias tienen un final feliz.

(De pronto un ruido aterrador precedió, el que sería, el eterno silencio de aquel pequeño y jamás recordado pueblo.)